13 de marzo de 2015

Un nuevo comienzo.

Un suave aroma a flores silvestres invade mi nariz y me hace cosquillas. Es el olor de la primavera. Un rayo de sol atraviesa el claro, y puedo ver las minúsculas motas de polvo que flotan en el aire.
Miro a mi alrededor. Los árboles, antes fríos esqueletos mecidos tristemente por el viento, van vistiéndose poco a poco con las prendas de la primavera, cubriéndose de nuevo con los colores del año pasado. Es un proceso lento.
La naturaleza sigue dormida.
Los almendros, los adelantados de la clase, cubren sus ramas con pequeñas flores blancas y rosadas. Le dicen al mundo que se prepare; llega un nuevo comienzo. El sol lo sabe. Expande su manto protector y me calienta los brazos, la cara y el corazón.
Si cierro los ojos puedo sentirlo. Puedo sentir el leve movimiento en el aire. Puedo sentir la pequeña vibración en el suelo bajo mi mano. Puedo sentir el impulso incesante de la vida por hacerse camino a mi alrededor. En mí.
La naturaleza despierta.
Imagino cómo será el paisaje que me rodea cuando alcance su apogeo. Miles de aromas, colores y sonidos embriagarán mis sentidos, y la vida rebosará de cualquier hoja, insecto o flor. El paisaje dará lugar a un puzzle de todos los tipos de verde que puedas imaginar, y aquí y allá se verá salpicado de pequeñas piezas amarillas, rojas, azules.
Miro mi regazo. El libro que sostengo parece una cruel broma hacia el paisaje que me rodea. Papel y ramas. Tinta y flores. Parece el fin de todo, pero no lo es. Ante mí la vida se abre paso, firme, inexorable, sin que exista obstáculo en el camino que sea capaz de impedir su avance.
La naturaleza ha despertado.